Sevilla
a 21 de Enero del 2015.
Hoy no seré yo quien opine, le cederé la
palabra a una mujer excepcional. El mundo de la política, su alumnado del
instituto, y todos los que tuvieron la suerte de tratarla, saben de su grandeza
como persona, su humanidad, su fortaleza y cercanía. No te olvidamos compañera
Concha.
Este modesto vehículo, al que apenas prestábamos atención, juega ahora un papel determinante en cientos de vidas.
Me
llama una alumna de mi instituto. Acaba de terminar el bachillerato con
matrícula de honor y ha obtenido unas notas de selectividad que le permiten
escoger la carrera que deseaba. Me dice que se ha matriculado en la UNED, la
Universidad a Distancia, y le pregunto extrañada por qué.
—Me hubiera gustado conocer el ambiente
universitario pero no va a poder ser.
Me explica que su padre y su madre están en paro.
Han estado haciendo cálculos y no pueden pagar los ciento y pico euros
mensuales que suponen el desplazamiento diario desde Coria del Río a la
Universidad Pablo Olavide. Le contesto que no se preocupe, que estoy segura de
que le concederán la beca que ha solicitado, que si no se la conceden a ella
con su magnífico expediente y su situación familiar, no habrá becas para nadie.
Me llama una alumna de mi instituto. Acaba de
terminar el bachillerato con matrícula de honor y ha obtenido unas notas de
selectividad que le permiten escoger la carrera que deseaba. Me dice que se ha
matriculado en la UNED, la Universidad a Distancia, y le pregunto extrañada por
qué.
—Me hubiera gustado conocer el ambiente
universitario pero no va a poder ser.
—Ya lo sé —me contesta— pero el problema es que
las becas no empiezan a pagarlas hasta febrero o marzo y no podemos adelantar
ese dinero.
Le digo que hay algunos fondos para esas
situaciones. Me dice que ya ha preguntado y que están saturados. Me ve tan
afectada que es ella la que se dedica a animarme.
—No te preocupes. Es solo una racha de mala
suerte. El año que viene será distinto. Ya verás.
A los dos días me encuentro en la puerta del
instituto a una pareja de jóvenes estudiantes que terminaron también el curso
pasado con estupendas calificaciones y una inesperada historia de amor. Los
hacía en la Universidad pero me dicen que han venido a matricularse en el único
ciclo superior de formación profesional que existe en la localidad, el de
Informática. Algo totalmente ajeno a sus aspiraciones y a la orientación de sus
estudios. Me cuentan exactamente la misma historia. Los pocos kilómetros que
separan este pueblo de la ciudad de Sevilla se han convertido en un foso
insuperable. El pago de las becas se produce con retraso y eso les obliga a
adelantar un dinero que no poseen. Siento una profunda rabia.
—No pasa nada. De verdad —me dice él con más
convencimiento que ella—. No vamos a perder el año. Vamos a buscar algún
trabajillo y ahorrar para poder empezar la carrera el próximo curso.
Frente a los cristales de secretaría está la
madre de uno de los alumnos del centro. Tanto ella como su marido están parados
desde hace más de tres años. Les pregunto si ha mejorado la situación.
—Bueno… vamos tirando. Tenemos la suerte de tener
la casa pagada y mi padre se hace cargo de los gastos extras, que si unos
zapatos, una equipación… nos arreglamos con muy poco.
—¡Ojalá las cosas mejoren! —le digo sin mucha
convicción—.
—¡De verdad! Todos los días cuando me levanto me
acuerdo de los que no tiene nada, asegura.
Me hace sonreír el optimismo histórico que nos
permite sobrevivir y esa compasión que quita peso a las penas propias.
En la sala de profesores discutimos las
actividades extraescolares para este curso. Mejor dicho podamos, recortamos,
escatimamos las que se solían hacer en años pasados. Recordamos con humor
cuándo proponían ir a Cancún o a la Riviera Maya. Ahora ir a Granada ya es un
lujo y las actividades son muy modestas: visitar algún museo de Sevilla,
asistir a una función de teatro o participar en la feria del libro.
—Aún así habrá alumnos que no podrán pagar el
billete del autobús —nos advierte alguna compañera—.
Antes Sevilla estaba muy cerca, ahora muy lejos.
El modesto autobús al que apenas prestábamos atención juega ahora un papel
determinante en cientos de vidas. Nunca pensé que subir a un autobús o a un
vagón del metro llegase a ser un problema. Era el dinero menudo que volaba de nuestros
bolsillos sin saber cómo. El mismo que hoy se cuenta, se mide, se planifica.
Camino de casa observo a los viajeros que esperan
en la marquesina con cara de indiferencia. Desde luego no son privilegiados.
Como siempre, el conductor ha ocupado buena parte de la calzada e interrumpe el
tráfico hasta que embarcan todos los viajeros. El vehículo va casi vacío. No
sabe que se ha convertido en un nuevo símbolo de la escasez. El puto autobús.
@conchacaballero
Hoy se cumplen dos años de tu pronta partida, seguro que estás
trabajando por un mundo mejor, estés donde estés.
Que la tierra te sea leve.
SALUD Y REPUBLICA
Un texto que describe una realidad palpable.¡Cuántas vocaciones truncadas por falta de ayuda oficial! No obstante, tengo la confianza de que estos jóvenes van a seguir luchando por su futuro y no abandonarán sus estudios.
ResponderEliminarMe parece necesario que se traten estos temas.
Un abrazo.
Lo que realmente le hace falta a este mundo es gente como tu.
EliminarGracias por la visita Fanny.
Besos necesarios.