Decían que había sido una casa palacio y tenían fundamentos para pensarlo, pero ahora era una simple casa de vecinos; la casa tenía una accesoria, a los que allí vivían, les llamaban los de “la cochera”, eran varias familias con muchos críos, todos emparentados entre si, la vivienda constaba de dos habitaciones amplias, una cocina y dos covachas, pero solo tres ventanas pequeñas y un portalón grande a la calle; el patriarca era “Er Cifesa”, pues trabajaba para la compañía cinematográfica, de ahí su apodo. Presumían de poner el belén más grande habido y del primer televisor, que por supuesto todo el vecindario veía sentados en sus sillas, desde la calle.
En casa de la Ana de Patro, en la primera planta, el dormitorio de Patrocinio debía haber sido la capilla, el techo estaba algo abovedado, decorado con pinturas de angelitos y el arco donde debió estar el altar, ahora cobijaba el cabecero de hierro de la cama del matrimonio.
La casa número 46, de la calle Santiago en el céntrico barrio de Santa Catalina, era alegre. Todos se conocían, las vecinas echadas sobre la barandilla del corredor se asomaban al patio central, donde estaba el pilón y transcurría gran parte sus vidas.
El tema del día, hoy era la muerte de un vecino, Eduardo marido de Matilde y cuñado de Prudencia, soltera esta de toda la vida y sin haberle conocido pretendiente alguno.
Por lo tanto esta noche, habría velatorio.
El difunto estaba ya amortajado, lo habían colocado en una cama-mueble, delante del balcón pues era verano y hacía calor.
Conforme fue avanzando la noche, aumentaba el número de vecinos, cada cual con su silla y se iban acomodando como podían; la familia mas allegada, en la habitación donde estaba el difunto, la cual daba con el comedor, que también se fue llenando, en esta sala se encontraba la puerta de la vivienda, de la cual abrieron una de sus dos hojas. Las sillas llegaban ya hasta el corredor, algunas vecinas se sentaron hasta en la escalera, esta era de madera en su último tramo hasta la azotea.
Eduardito el sobrino del difunto, era un joven alto y fornido, las malas lenguas decían, que era algo bobalicón. Eduardito se sentó entre el balcón y la cama-mueble, para aprovechar el fresquito, ya que la noche era calurosa. A su lado la desconsolada viuda, que aún no se explicaba, como podía haber muerto su marido, si el pobre no estaba enfermo.
El ambiente era distendido, todos el mundo hablaba, los hombres de futbol y toros, las mujeres aprovechan para cotillear unas de otras. Patrocinio hizo café y lo sirvió su hija Ana, la cual corrió con una taza para su pretendiente Juanito.
En la escalera contaban hasta chistes, las risas de los jóvenes eran el contra punto, con las lamentaciones de los más viejos.
A los pies de la cama del difunto, estaba sentada Prudencia, vestida toda de negro y con su velo; no le quitaba la vista de encina a su cuchado.
__ Eduardo esta respirando, mirarlo mirarlo. Dijo Prudencia, a lo que le contesta Eduardito.
__ Anda tita, no empieces con tus monterías este no es momento.
En ese mismo instante el difunto, dobla su pierna derecha, levanta el brazo izquierdo y se agarra al mueble-cama.
No había terminado se cerrar la boca Eduardito, cuando salta por encima del difunto y sale volando por la puerta del dormitorio, detrás le sigue la viuda gritando.
__ ¡¡¡¡ Por Dios vendito !!!, ¡¡¡ Por Dios vendito !!!!
Todas las personas del comedor son arrolladas por las que salen corriendo del dormitorio, que sin saber el porqué, buscan también la puerta de salida de la vivienda.
El tropel de persona, no caben por la única hoja de la puerta abierta, se van amontonando unas encimas de otras, pues nadie sabe bien lo que pasa, solo que tienen que salir de allí.
Entre los gritos, sillas por los suelos, piernas por los aires, cuerpos pisados, la confusión reina; ante la mirada atónita de todos los que están en el corredor, que también empiezan a gritar y a correr.
Solo queda Prudencia a los pies de la cama-mueble.
__ Pero que sorpresa Eduardo, no estás muerto.